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Tres niños que sólo querían jugar

La corrupción necesita de un sistema que permita a los mañosos profesionales ejecutar la misión de “invitar” a otros a la fiesta en la cual la decencia y honestidad no tienen cabida.

Francisco Díaz sj

Publicado: 2014-06-22


Un deportista que parecía no pertenecer al barrio estaba sentado en una esquina de la cancha de “fut”. Gafas oscuras y libreta en mano observaba atentamente las destrezas de los pequeños que sorteaban el monte mal cortado para anotar un gol en las porterías notablemente remendadas.

Al terminar el partido, se acercó a los niños y les ofreció cambiar los tenis rotos comprados con el esfuerzo de sus padres por los zapatos de marca que abundaban en colores.

A partir de entonces el “profe” llegaba en una camioneta con aire acondicionado y los llevaba al otro extremo de la ciudad para practicar e integrarlos a la Sub-17. Jugar en una cancha limpia, con grama sintética y medidas reglamentarias fue distinto a jugar en la destrozada y polvorienta del barrio en la cual dejaron a sus amigos.

No fue necesario cortar las mangas de las camisetas blancas y escribir un número con marcador permanente en la espalda, pues en los entrenamientos les entregaban “T-shirts” nuevas. Con igual sorpresa se dieron cuenta que tenían a su disposición bebidas rehidratantes que les hizo olvidar los frescos en bolsa que vendía doña Petrona en el mercado del barrio.

Pasaron los años y fueron llamados a la Selección Mayor. Los partidos se multiplicaron y los entrenamientos fueron cada vez más exigentes. Viajaron por todo el mundo con la ilusión de cientos de aficionados que demostraban máxima euforia al grito de ¡GOOOLLL! Todo parecía un sueño del cual no querían despertar.

En ocasiones el “profe” era llamado a reuniones privadas con los dueños del equipo para ver cómo andaba el “negocio” del fútbol. En realidad los jugadores nunca se preocuparon pues siempre les pagaron viajes, ropa, comida y hoteles.

El sueño se convirtió en pesadilla al enterarse que el “profe” fue despedido sin justificación. El juego cambió.

Llegaron dos personas de “cuello blanco” y les ofrecieron cinco mil dólares a cada uno por dejar pasar al delantero del otro equipo, simular que se lesionaban y dejarse robar el balón. Se negaron rotundamente.

El nuevo entrenador dejó de exigirles disciplina y dedicación en los entrenamientos. Las invitaciones a fiestas previo a los partidos se hicieron comunes. Perdieron algunos partidos y las dificultades entre compañeros de equipo hicieron insoportable la convivencia. Nuevamente llegó el ofrecimiento de cinco mil dólares y en esta ocasión ellos aceptaron.

Pasaron los años y los tres amigos siguen sin conseguir trabajo posterior a la expulsión del equipo. Los que una vez fueron ídolos ahora son llamados traidores.

Con libras de más, varios trofeos y fotografías puestas en la sala de la casa, lamentan no haber ahorrado el dinero que les daban por partido ganado y gol anotado.

Una tarde soleada compraron fresco en bolsa, se reunieron en la cancha del barrio y recordaron los juegos de “fut” mientras se ajustaban la camiseta sin mangas con un número escrito con marcador en la espalda. Los niños jugaban en la cancha destrozada tal y como ellos lo hicieron en el pasado.

Entonces notaron la presencia de un deportista que parecía no pertenecer al barrio. Gafas oscuras y libreta en mano observaba atentamente la destreza de los pequeños. Al terminar el partido se acercó a los niños y les ofreció cambiar los tenis rotos comprados con el esfuerzo de sus padres por zapatos de marca que abundaban en colores. Ellos aceptaron.

@franciscodiazsj


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Francisco Díaz

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