De dictaduras y mundiales
El dictador rumano Nicolae Ceaușescu organizaba espectáculos gigantescos y celebraciones artísticas en donde todos tenían un papel por interpretar. Desde encargados de limpiar las calles, pasando por los músicos, actores, bailarines e incluyendo a los niños y niñas, todos debían dominar a la perfección las complicadas coreografías. Queda claro que quien determinaba los trazos generales de los guiones que parecían sueños que debían convertirse en realidad era el dictador.
Es indudable el desarrollo asombroso de todas las artes durante estos años. Los músicos y artistas nunca se sintieron tan tomados en cuenta e importantes, y los directores y guionistas disfrutaron de puestas en escena maravillosas e inigualables que quedaron registrados en videos y fotografías como símbolos de perfección teatral.
En cierto sentido, tal alegría y disposición a los espectáculos que unían al país entero era motivado por la simpatía y agradecimiento del dictador que alababa y apoyaba incondicionalmente los espectáculos.
Pero el pueblo se cansó de actuar y bailar el son que le tocaban. La emoción inicial de sentirse artistas se convirtió en rutina agobiante por vivir pensando en el papel que debían interpretar por el simple gusto de agradar al dictador. Al inicio todos disfrutaban y se sentían realizados en tales actuaciones, pero conforme pasaron los años, todo se transformó en actos que buscaban, como siempre, rendir culto personal al mismo de siempre.
El pueblo decidió dejar de maquillar sus rostros con coreografías perfectas que escondían una sociedad que al bajarse el telón les devolvía a su realidad en la cual la pobreza y miseria escribían guiones determinantes en sus vidas. Al final, en la Revolución de diciembre de 1989, después de más de 20 años de dictadura, Nicolae Ceaușescu fue fusilado junto a su esposa Elena.
El Mundial de Fútbol que fue inaugurado con más pena que gloria pareciera tener a todos sus actores disponibles y preparados. Los jugadores que han entrenado para estar en condiciones físicas aceptables, directores técnicos que han elaborado estrategias tras largos períodos de estudios de los equipos contrarios, y aficionados que visten los colores acorde a su preferencia, han apartado con alegría y generosidad el tiempo suficiente para disfrutar de los encuentros deportivos. Incluso los artistas, con playback incluido, han ensayado infinidad de veces para ofrecer un espectáculo si bien no mejor al de otros años, al menos a la altura de las técnicas modernas y exigencia de los millones de espectadores en todo el mundo. Hasta Google ha dispuesto en sus “doodle” cambios que intentan reflejar algún momento destacado del Mundial.
En cierto sentido todos estamos preparados para disfrutar del espectáculo deportivo que nos involucra a todos, incluso a aquellos que se reconocen menos interesados o contrarios al fútbol por razones económicas o políticas.
La toma de conciencia de nuestra participación en el espectáculo mundial no puede omitir nuestra reflexión en los medios tiempos que nos lleven a reconocer que los jugadores no son héroes ni mejores que los muchachos del barrio. Que llegará un momento en que caigamos en la cuenta de que la FIFA es una empresa que persigue hacer un buen negocio. Que los aficionados algún día verán innecesario gastar billones de dólares en el espectáculo del deporte mercantilizado y pedirán más apoyo al deporte escolar o más inversión en educación y menos “copa”.
Sin catalogar –totalmente– al mundial como una nueva forma dictatorial, vendrá un tiempo en que la rutina de aplaudir y aceptar los precios impuestos del “pay per view”, será sustituida por una forma más democrática de vivir el entretenimiento deportivo. ¿Es posible pensar el fútbol sin mundial?
@franciscodiazsj